sábado, 27 de febrero de 2010

Ilusionada II


Fuimos a pasear a la Plaza de Armas, el único lugar al que se puede ir. Es que Iquitos es taaan grande... Caminamos por la Próspero y comimos helados. Carla estaba hecha una babosa, haciendo bromas tontas y riéndose de cada cosa que Erick decía (¿les dije que se llama Erick no?) En cambio Ernesto y yo estábamos serios. Se notó que la situación era incómoda. Nos saludamos sin aclaraciones, y con las reverencias y gestos de dos personas que son presentadas por primera vez. Casi a la mitad del recorrido me dijo: la luna está linda hoy. Y yo, que se me acababa de caer un pedazo de helado y tenía la boca embadurnada de crema de aguaje sólo pude decir: anjaá, mientras trataba de desdoblar la servilleta para limpiarme y estar más presentable para iniciar por fin la conversación. Creo que le eché a perder su intento de romper el hielo, porque no dijo nada más en media hora.

Y lo más increíble es que yo tampoco me atrevía a decir nada. Y era raro pues los hombres nunca me han intimidado, por más ilusionada que esté con ellos. Te juro que quería decir algo, hablar de las estrellas, del viento de la noche, de los tachos de la Municipalidad cada treinta metros, pero no me atrevía. Las palabras se quemaban al pasar por mi lengua, y se desvanecían al salir de mi boca. Más bien deseaba que me bese. Luego Carla nos alcanzó para contarnos las últimas ocurrencias del gran Erick y esperar que nos riamos de sus chistes malos. Hicimos un esfuerzo. Luego Erick y Ernesto se adelantaron y nos dejaron solas. Carla me dijo que cree estar enamorada y yo le pregunté cómo lo sabe, y ella me dijo: porque me siento mejor cuando estoy con él. Hubieras visto cuando lo dijo, con tanta cursilería y sin temor a quedar en ridículo ni a que se burlen de ella.

Por supuesto, no desaproveché la oportunidad de hacerlo. Le dije que en ese caso, yo estaba enamorada de mi laxante antibichos Milanta, porque me provoca el mismo efecto, sobre todo después de unas hamburguesas con queso, chorizo, huevo, pollo y carne que Patrick me vende a ocho soles en la plaza Castilla.

Traté de explicarle que lo que siente es normal, y que a los hombres no les gustan las mujeres que parezcan ansiosas (aunque ellos no lo admitan) o muy regalonas, porque las pueden catalogar de fea manera. No, me dijo. Uno debe expresar lo que siente cuando lo siente. Las represiones envenenan el espíritu y es mejor morir intentando que vivir sin intentar. Ella siempre ha sido media sicóloca, así que dije amén y amenemén. Vamos a ver cuanto le dura el laxante.

Media hora después nos encontrábamos en la pileta de la plaza, con las gotas de agua acariciándonos la cara. Ernesto me mira, yo lo miro, nos miramos. Me dice que tengo una sonrisa franca y yo le muestro los dientes con más ganas. Le digo que tiene un lindo trasero y el se baja más el polo para esconderlo. Se anima a hacer un chiste, yo hago mi mejor esfuerzo por una risa espontánea, él aprovecha para darme esos cinco, luego me abraza. Yo lo tomo de la cintura. La conversación empieza nuevamente, y cuando nos dimos cuenta estoy en la puerta de mi casa, sentado con él en la vereda. Carla se perdió con Erick, quien seguramente le estará contando chistes en un cuarto de hospedaje, mostrándole su payaso en persona (oh cielos, qué asqueroso sonó eso) Y yo estoy aquí, en el inicio de un camino incierto que sin embargo tengo curiosidad en recorrer.

Veremos.

2 comentarios: